Narco-Barroco: ¿Arquitectura o síntoma social?
- Arq. Manuel Ferro

- 30 jul
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 7 ago
Una ciudad es mucho más que calles, banquetas y edificios. Es un reflejo de quienes la habitan. Su forma, su estética y su estructura son producto de un entramado complejo donde convergen historia, poder, cultura, economía y tecnología. Las ciudades, al igual que sus ciudadanos, son testigos y consecuencia de su propio tiempo.
En este contexto, la arquitectura urbana funciona como un espejo que amplifica las aspiraciones, contradicciones y tensiones de una sociedad. ¿Qué pasa cuando ese espejo nos devuelve una imagen cargada de simulación, exceso y apariencias vacías?
El fenómeno del “Narco-Barroco”
En los últimos años, ha ganado terreno el término "Narco-Barroco" para describir una estética arquitectónica estridente, grandilocuente y plagada de referencias históricas mal digeridas. No es solo un estilo; es un fenómeno cultural que revela cómo ciertos sectores del poder —económico, político o criminal — proyectan su presencia en el entorno construido.
Este término suele aplicarse a dos casos particulares:
a) A las viviendas de quienes han acumulado riqueza rápidamente y, carentes de una cultura arquitectónica o estética, buscan presumir su estatus con elementos visuales exagerados: columnas dóricas, fuentes vacías, estatuas de mármol falso y remates ornamentales copiados de Google. Todo colocado sin comprensión ni proporción, pero con mucho entusiasmo por parecer "europeo".
b) A los inmuebles oficiales o sedes institucionales de funcionarios y figuras públicas que, en su intento de proyectar poder, autoridad o grandeza cultural, caen en la misma lógica decorativa: replicas de monumentos, referencias clásicas descontextualizadas y un uso abusivo de simbología que confunde historia con espectáculo.
Ambos casos reflejan una misma raíz: la necesidad de legitimarse a través de la forma, sin entender el fondo.
Algunos ejemplos.
Residencia atribuida a Alejandro Moreno, exgobernador de Campeche. Ubicada en una de las zonas más exclusivas de Campeche, la mansión de Alito Moreno —exgobernador y expresidente nacional del PRI— es un emblema del exceso disfrazado de gusto. Con más de 4,000 m² de construcción y acabados ostentosos, cuenta con alberca, mármoles importados, techos de doble altura, obras de arte, paneles de madera fina y hasta pasillos con muros corredizos que, según se ha denunciado, podrían ocultar zonas privadas o cámaras secretas.
Esta casa no solo destaca por su tamaño, sino por la forma en que encarna un imaginario de riqueza sin límites: vigilancia permanente, vehículos de lujo, salones decorados con símbolos de poder y una estética que mezcla el maximalismo decorativo con una clara intención de proyectar estatus. Es el ejemplo perfecto de cómo algunos políticos en México han utilizado el cargo público para financiar estilos de vida ajenos a la realidad del país.


"El Partenón", construido en Zihuatanejo por Arturo “El Negro” Durazo. Inspirado literalmente en la arquitectura griega, fue símbolo de excesos y corrupción durante su gestión como jefe de la policía capitalina en los años 80.
Esta construcción se convirtió en símbolo histórico del autoritarismo disfrazado de elegancia, donde la arquitectura se volvió instrumento de espectáculo personal, más que de función o sentido colectivo. Hoy, el gobierno ha recuperado el inmueble y lo ha transformado en un Centro Cultural con la intención de devolver a la ciudadanía lo que alguna vez fue producto de recursos mal habidos.


¿Y nosotros como arquitectos?
Aquí aparece la pregunta incómoda: ¿Qué hacemos los profesionales del diseño ante este tipo de encargos? Vivimos en un país donde la gran mayoría de quienes tienen el poder adquisitivo para contratar a un arquitecto pertenecen a ese 1% que reproduce estos patrones. En muchas ocasiones, son ellos quienes sostienen —económicamente— buena parte del mercado del diseño y la construcción privada.
Entonces, ¿aceptamos el proyecto sin cuestionar?¿Diseñamos sin convicción, solo por necesidad? ¿O establecemos límites éticos y defendemos una visión más crítica y coherente del entorno?
Es un dilema real, que toca no solo la moral individual, sino el futuro colectivo del oficio. La arquitectura no es solo técnica ni forma: es también narrativa, identidad y responsabilidad social.
Reflexión final
Entonces, terminamos éste post tal y como lo iniciamos: Narco-Barroco: ¿Arquitectura o síntoma social? Creo que el Narco-Barroco no es solo una anécdota estética. Es el síntoma visible de un sistema donde la forma ha sustituido al significado, y donde el poder prefiere imponerse visualmente antes que dialogar con el entorno.
Como arquitectos, urbanistas y ciudadanos, tenemos la oportunidad —y quizá la obligación— de cuestionar, proponer y construir no solo espacios, sino sentidos.
Nota del autor: Este artículo ha sido reescrito y actualizado a partir de una versión publicada originalmente en 2011, con el fin de ampliar el análisis y contextualizarlo en el panorama actual.




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